Es
característico de todo nacionalismo su convicción de ser una víctima. Hay
muchas “víctimas” por el mundo (en la Pedanía italiana, en la Escocia
británica, en la Cataluña española, en la Córcega francesa…) y, además, su
número crece con los años. Nos preguntamos si todos esos Estados son
maltratadores o si, más bien, nuestra época anima el sentimiento victimista.
Acceder
a la condición de víctima imaginaria otorga muchas ventajas emocionales. La
víctima se siente inocente, es decir, no es en absoluto responsable de sus
desdichas y frustraciones, por lo que puede responsabilizar a los demás de sus
fracasos; los otros, pues, quedan en deuda con ella y la víctima puede
descargar su ira contra el victimario. Gracias a este mecanismo el político
victimista sale indemne de cualquier exigencia de responsabilidad por su mala
gestión. De esta técnica tenemos mucha experiencia en Cataluña, para infortunio
de los gobernados.
En
un debate el victimista lleva la voz cantante: él acusa, y los demás se
defienden. Él nada tiene que perder, pues el que arroja la primera piedra (y la
segunda, y la tercera…) gana el debate. Además, el nacionalista (victimista) es
especialista en agravios, los que él supuestamente sufre, mientras los demás
tienen sus preocupaciones e intereses, por lo que habitualmente no conocen el
tema tan a fondo como el victimista y suelen carecer de réplica.
La
“víctima” nacionalista exige atención, es un ser sufriente que los demás deben
consolar. Su chantaje emocional es evidente: “o atiendes mis crecientes y
variantes reivindicaciones o no podrás ser un amigo de Cataluña, no tendrás
sensibilidad hacia el problema catalán”. El victimista pretende que el valor
del otro dependa de la aceptación del nacionalista, pero al propio tiempo, el
nacionalista no hace nada por seducir o confortar al otro, al no nacionalista.
Su conducta es inmoral.
El
victimista cimenta su ser en el dolor, lo que le confiere una identidad. El
catalanista no comprende ser catalán sin estar permanentemente insatisfecho. El
nacionalista convierte la catalanidad en un trauma, trauma provocado,
obviamente, por los que odian, oprimen, expolian o humillan a Cataluña. En su
victimismo la responsabilidad es siempre ajena. El victimista manipula al
supuesto victimario, pues le convierte sin pruebas y sin motivos, en
responsable de sus problemas, además de desvalorizarlo permanentemente. Le
convierte en impotente, en incapaz de satisfacerlo. El victimista, como
recuerda Giglioli, tiene lágrimas, pero no razones. El victimista cree ser un
perseguido, pero en realidad es un perseguidor, un acosador.
Triste ideología es
aquella que se asienta sobre una condición falsa y que dispersa el
resentimiento. Muy ayuno de argumentos y de ideales debe estar un partido
cuando su ideario se centra en un dolor impostado y en una identidad sufriente
y acusadora/acosadora. Desmontar el ser victimista es solucionar una parte
considerable del problema nacionalista.
Ángel Puertas
Licenciado y doctor en Derecho y licenciado en Criminología
Autor del ensayo "lo que nunca te han contado. Cataluña vista por un madrileño"